Déjenme empezar por una crítica; ¿a quién se le ocurrió el mote del “súper-peso”? Claramente a alguien que no sabe que el tipo de cambio es un precio y que, como todos los precios, es un mecanismo de revelación de valor, que de hecho es relativo a otros tipos de cambio (sí, a otros precios). La semana pasada le estuve dando muchas vueltas al asunto de la apreciación del tipo de cambio MXNUSD y cómo es que este proceso de agregación de valor de cambio (que no de uso) es resultado no sólo de la buena gestión monetaria que el Banco Central arrancó desde 2009 y 2010, sino también al auge exportador motivado por la (lenta) recuperación de los vecinos del norte. El punto es que por ahí, en el discurso oficial se les olvida un pequeño detalle. La apreciación reciente de nuestra moneda es también resultado de un proceso de entrada de divisas al país, lo que implica que en corto plazo (porque los negocios de paridad cambiaria son fundamentalmente de corto plazo) la balanza de pagos nacional es superavitaria.
Por qué superavitaria se preguntarán ustedes queridos amigos. Bueno resulta que en los primeros días de este 2011 se acentuó un efecto que ya se había visto al arranque de 2010: lo que los financieros llaman “carry-trade”, y que se resume en pedir prestado a tasa baja en Estados Unidos con denominación en dólares, y prestar a una tasa “alta” en México con denominación en pesos. La diferencia es una fácil y buena ganancia. Este es el mayor efecto por el que el peso se ha apreciado durante este mes de enero y no las exportaciones, por ejemplo.
Ahora voy por la inflación. Cualquiera que tomó cursos básicos de macroeconomía diría que en un entorno de mayor liquidez (lo que podría darse en el caso de una balanza de pagos positiva) existen incentivos a la inflación sencillamente porque la propensión a consumir de la población es mayor. Eso es en principio correcto, pero sólo en el caso de que la entrada de divisas se dirija hacia el mercado productivo y de consumo. En este proceso de apreciación del paso ese no es el caso. En cambio lo que tenemos es un mercado financiero en jauja, y una bolsa de valores con una clara tendencia alcista (por cierto que si el mercado bursátil mexicano fuese más maduro, sí habría un mecanismo de llagada de esos dólares a la economía real; pero no lo es). El resultado es que si bien hay más dinero en el mercado total, este no se encuentra en el bolsillo de los consumidores.
Por otra parte, al igual que en el caso del “súper-peso”, existe un factor externo a la ecuación que explica en buena medida por qué la inflación fue relativamente baja esta primera quincena de 2011: la base es diferente. Mientras que el 2010 la primera quincena fue impactada por una miscelánea fiscal recaudatoria y no distributiva, para 2011 esos efectos ya se encontraban internalizados en las canastas de consumo. Curiosamente de lo que no se habla mucho en los medios es de las expectativas inflacionarias que hacían los economistas para esta primera quincena, tal vez porque no se pueden comunicar de forma tan halagüeña como un tránsito de un dato mayor a 1% a uno menor a 1%. La verdad es que los especialistas sí esperaban un dato como el que efectivamente se dio; pero claro, eso no es noticia.
Como conclusión, la apreciación de la moneda mexicana no está teniendo efectos directos sobre la capacidad de consumo en el país, y la inflación no se encuentra tan bajo control como dicen los puristas del gobierno federal. Lo que tenemos nuevamente es un país que no canaliza la riqueza hacia la población, pero que tampoco le quita por medio de incremento desmesurado de precios relativos. Alguien diría que no se puede tener todo en esta vida; pero lo que es un hecho es que en este caso, si las condiciones se dieran, sí podría tenerse todo.
De esas condiciones platicaremos en otra ocasión.