martes, 25 de enero de 2011

El “súper-peso” y la inflación

Déjenme empezar por una crítica; ¿a quién se le ocurrió el mote del “súper-peso”? Claramente a alguien que no sabe que el tipo de cambio es un precio y que, como todos los precios, es un mecanismo de revelación de valor, que de hecho es relativo a otros tipos de cambio (sí, a otros precios). La semana pasada le estuve dando muchas vueltas al asunto de la apreciación del tipo de cambio MXNUSD y cómo es que este proceso de agregación de valor de cambio (que no de uso) es resultado no sólo de la buena gestión monetaria que el Banco Central arrancó desde 2009 y 2010, sino también al auge exportador motivado por la (lenta) recuperación de los vecinos del norte. El punto es que por ahí, en el discurso oficial se les olvida un pequeño detalle. La apreciación reciente de nuestra moneda es también resultado de un proceso de entrada de divisas al país, lo que implica que en corto plazo (porque los negocios de paridad cambiaria son fundamentalmente de corto plazo) la balanza de pagos nacional es superavitaria.

Por qué superavitaria se preguntarán ustedes queridos amigos. Bueno resulta que en los primeros días de este 2011 se acentuó un efecto que ya se había visto al arranque de 2010: lo que los financieros llaman “carry-trade”, y que se resume en pedir prestado a tasa baja en Estados Unidos con denominación en dólares, y prestar a una tasa “alta” en México con denominación en pesos. La diferencia es una fácil y buena ganancia. Este es el mayor efecto por el que el peso se ha apreciado durante este mes de enero y no las exportaciones, por ejemplo.

Ahora voy por la inflación. Cualquiera que tomó cursos básicos de macroeconomía diría que en un entorno de mayor liquidez (lo que podría darse en el caso de una balanza de pagos positiva) existen incentivos a la inflación sencillamente porque la propensión a consumir de la población es mayor. Eso es en principio correcto, pero sólo en el caso de que la entrada de divisas se dirija hacia el mercado productivo y de consumo. En este proceso de apreciación del paso ese no es el caso. En cambio lo que tenemos es un mercado financiero en jauja, y una bolsa de valores con una clara tendencia alcista (por cierto que si el mercado bursátil mexicano fuese más maduro, sí habría un mecanismo de llagada de esos dólares a la economía real; pero no lo es). El resultado es que si bien hay más dinero en el mercado total, este no se encuentra en el bolsillo de los consumidores.

Por otra parte, al igual que en el caso del “súper-peso”, existe un factor externo a la ecuación que explica en buena medida por qué la inflación fue relativamente baja esta primera quincena de 2011: la base es diferente. Mientras que el 2010 la primera quincena fue impactada por una miscelánea fiscal recaudatoria y no distributiva, para 2011 esos efectos ya se encontraban internalizados en las canastas de consumo. Curiosamente de lo que no se habla mucho en los medios es de las expectativas inflacionarias que hacían los economistas para esta primera quincena, tal vez porque no se pueden comunicar de forma tan halagüeña como un tránsito de un dato mayor a 1% a uno menor a 1%. La verdad es que los especialistas sí esperaban un dato como el que efectivamente se dio; pero claro, eso no es noticia.

Como conclusión, la apreciación de la moneda mexicana no está teniendo efectos directos sobre la capacidad de consumo en el país, y la inflación no se encuentra tan bajo control como dicen los puristas del gobierno federal. Lo que tenemos nuevamente es un país que no canaliza la riqueza hacia la población, pero que tampoco le quita por medio de incremento desmesurado de precios relativos. Alguien diría que no se puede tener todo en esta vida; pero lo que es un hecho es que en este caso, si las condiciones se dieran, sí podría tenerse todo.

De esas condiciones platicaremos en otra ocasión.

sábado, 15 de enero de 2011

La punta del iceberg


El caso Mexicana pone en evidencia la crisis que vive el sector aeronáutico mexicano. Una crisis detonada desde hace mucho tiempo y que es resultado de gran cantidad de errores; de ellos el más importante ha sido la falta de entendimiento del Estado Mexicano relativo a cómo impulsar el desarrollo de sectores estratégicos.

El sector de aviación es sin duda clave para el desarrollo de las naciones; y aún más en un país como México: grande, con orografía compleja y donde aún hay mucho que hacer en materia de infraestructura (carreteras insuficientes y ferrocarriles inexistentes). En este escenario la aviación comercial juega un papel clave como generador e integrador de vínculos económicos y comerciales. No es de sorprender, por tanto, que gran parte de las rutas de comercio en nuestra nación pasen por nodos regionales como el DF, Guadalajara o Monterrey aunque no necesariamente sea la forma más eficiente de hacer negocios.

Es justamente en este punto dónde inicia la tragedia aeronáutica nacional. Cuando se han realizado intentos por definir las reglas del juego en el sector (léase instrumentación de políticas aeronáuticas), éstas han tenido como fundamento supuestos equivocados. Tal vez el más profundo de ellos tiene su origen en conceptos que vemos repetidos en otros sectores: la defensa de la “soberanía” y de la “seguridad nacional” justifican la importancia de un sector estratégico cuya explotación se limita a nacionales mexicanos.

La consecuencia de esta conceptualización es clave para la problemática del sistema. Por un lado incentivó la concentración en dos empresas de aviación troncales, lo que impulsó la formación de entes económicos desproporcionadamente grandes relativos al tamaño del mercado interno. En este rubro es posible integrar como problemas secundarios al empoderamiento sindical y con ello a los irracionales costos laborales asociados a ellos. Un segundo efecto nocivo de la concentración es que a empresas tan grandes no les resulta rentable la apertura de rutas cortas o hacia destinos secundarios, lo que implicó en buena medida que sólo hasta tiempos muy recientes se haya identificado la necesidad de contar con infraestructura aeroportuaria en ciudades medianas del interior del país.

Por otro lado, la política aeronáutica en México se ha entendido más como una forma de repartir un pastel bajo el argumento de que la competencia en este sector se basa en dominancia sobre rutas, y no necesariamente sobre la cantidad de oferentes del servicio. Falso. El resultado de esta visión es que el problema de la concentración se resume a resolver cómo otorgar de forma ordenada slots (permisos de operación de rutas) a las empresas que hoy día participan en el negocio, sin cambiar la estructura de la organización de la industria. El efecto inmediato es que las empresas que detentan esos slots poseen un poder casi monopólico sobre ese segmento del mercado. No hay que hacer un análisis exhaustivo para identificar que dos de los efectos inmediatos de esta dominancia local son el incremento de precio y el des-incentivo a la inversión.

El paisaje no es positivo para el consumidor final. La concentración, los altos costos laborales y el poder monopólico sobre slots hacen que el consumidor no sea relevante en la ecuación aeronáutica mexicana. Puesto en corto, los usuarios de los servicios de aviación carecemos de peso en la negociación y sufrimos las consecuencias de ello: altos precios y mal servicio.

La falta de una política aeronáutica real y de fondo, que atienda a los problemas originales del sector, y que además tenga como estandarte al empoderamiento del consumidor es lo que México requiere inmediatamente. Desafortunadamente, debates inocuos en el Congreso combinados con falta de capacidad y de sentido de urgencia en el Ejecutivo, limitan el desarrollo de un sector que es efectivamente estratégico para el crecimiento de México. El problema de raíz es que la definición de “estratégico” en nuestro país nunca ha estado bien planteada.