Continuamente pensamos en que lo que pasa en la economía no es justo; reflexionamos en que tenemos todo para estar mejor, pero seguimos igual; culpamos a los tomadores de decisión de nuestra alicaída realidad. Estas son tres características comunes en los editoriales y columnas de opinión en estos días. No sé a usted, pero a su economista y seguro servidor le parece que hablar de justicia, estancamiento económico y de culpables no conduce a nada.
Me parece que lo relevante no es mostrar, sino entender para poder resolver. Y es que desde la perspectiva moral no hay manera para no estar de acuerdo con que México necesita mejores hombres y mujeres que tomen las decisiones, que a su vez permitan destrabar el crecimiento, para que finalmente se logre un país más equitativo. ¿Quién puede estar en desacuerdo con eso? Yo no, y creo que nadie.
Poro seamos francos, esa perfecta lógica sólo puede llegar al sofismo, si no es que raya en la demagogia.
Para problemas reales es necesario dar soluciones reales. En México tenemos muchos de esos y pocas de esas. Entre los problemas reales que enfrenta nuestro país probablemente el más grave sea que las reglas de juego no están claras; y para ello algunos ejemplos:
El trabajo mejor remunerado es el más productivo; pero la Ley Federal del Trabajo promueve todo menos la productividad laboral. La mejor forma de financiar proyectos de alto riesgo es compartiendo el riesgo; pero la reforma a PEMEX impide que el erario diversifique su incertidumbre y obliga a la paraestatal a ir sola, lo que hace inviable la expansión de las reservas petroleras. Un régimen fiscal eficiente es aquel que cobra poco a todos; pero el paquete fiscal 2010 terminó por cobrar mucho a los de siempre.
Lo que mantiene tronado a México no son las malas decisiones tomadas por políticos mal intencionados; sino la falta de acuerdos generados desde sociedades incluyentes y bien organizadas. Incluyentes y bien organizadas quiere decir que las reglas de juego estén claras y que sean equitativas.
Lo interesante del asunto es que aunque estos dilemas parezcan que atañen a la moral política, en realidad tienen que ver con la racionalidad económica. Vamos a ponerlo así: ningún político racional va a privilegiar el acuerdo que beneficie a la mayoría si no está seguro que de esa forma él gana más. Mientras eso no pase, México seguirá sin acuerdos. Al final todo se resume a un problema de costo-beneficio; y la última vez que vi, eso es un dilema de racionalidad económica.